Mirad, mi siervo (...)
(...) despreciado y evitado de los hombres (...)
(...) traspasado por nuestras rebeliones (...)
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron (...), aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
(...) intercedió por los pecadores.
Isaías (52,13–53,12)